viernes, 9 de diciembre de 2011

Tiahuanaco.

Tiahuanaco.

 
El último día del viaje había llegado. En micro partimos hacia Tiahuanaco.
Los cambios energéticos y el cúmulo de experiencias habían provocado un extremo cansancio. La nostalgia de lo propio y el deseo de volver se hacían acusiantes.
Al bajar, la percepción me golpeó.
El altiplano exalta la propia pequeñez. Es una nada susurrante de potencia. Aridez desnuda de la cual emergen piedras que entonan la melodía ancestral del hombre en busca de lo cósmico. Geometría alineada a las estrellas contando la historia milenaria de la evolución. Canción del tiempo.
Luego de una breve visita al museo me separé del grupo y me perdí. Llegué tarde al siguiente lugar: la reconstrucción de un templo semi subterráneo que alberga la “Estela Bennet”. Monolito de piedra de gran tamaño.
Me sentí invadida de infinito. Como una antena que ancla lo cósmico, su presencia irradia. Es la Divina Madre, la Shakti, el Motor de los Mundos. En acción.
Las células de mi cuerpo, una por una, estallaban como soles y arrasaban los esquemas de una vida apoyada en el esfuerzo y el sufrimiento. La mano izquierda era un cuenco por donde entraba la fuerza. La derecha se activó en poder. La invasión de lo Real, para hacer. La acción es su consecuencia inmediata. Una acción que conlleva la magia de la ofrenda y la realización. Necesité un ritual personal girando a su alrededor tres veces.
La Gran Matriz tiene en su mano izquierda la antorcha del fuego eterno y en la derecha, que se abre al futuro, la criatura de la Nueva Raza. Un ícono que llama a la vocación, la vuelve motor de la misión.
El estado se sostuvo mientras iba con el grupo hacia el Akapana, la pirámide escalonada. Enlazados, el círculo humano se convirtió en el ojo de la chakana. Surgió la Hermandad Universal, la de la diversidad absoluta, vórtice de espacio-tiempo donde los opuestos y los complementarios arraigan el Movimiento del Uno, en un tiempo vertical.
El viento sin fronteras nos envolvía con sus alas susurrantes. Como en trance, nos dirigimos hacia el templete de la Pachamama.
La fuerza de la aspiración en descenso me decía que ese era el último paso. Allí debía arraigar lo recibido. Pero antes debía pasar por la Puerta del Sol. Pedí permiso para separarme del grupo y lo obtuve. Hice mi propio recorrido que culminó frente a los tres pilares que se alinean al Cinturón de Orión. Desde siempre las galaxias acompañan el proceso interno de elevación de la Materia a su verdadero destino, la glorificación del Todo. Origen y futuro aunados en su punto Omega.
Muy mareada, difusa, expandida, salí del lugar.
Empezaba a volver.

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