Camino al Titicaca.
Desde Cuzco el micro nos llevó a Puno, a orillas del lago Titicaca.
El viaje, de varias horas, fue un descanso que permitía procesar e instalar las vivencias cosechadas en Machu Picchu. El paréntesis era bienvenido por el cuerpo y la mente.
A gran altura, bordeando cumbres nevadas y pequeños pueblitos plenos de color, bajo un cielo diáfano iba acunando la modorra de dejarme llevar todavía más lejos.
Al anochecer llegamos a la orilla del lago que sorprende por su quietud azul. A la mañana siguiente, antes de embarcar rumbo a la Isla del Sol, pasamos por Nuestra Señora de la Candelaria, en Copacabana, antiguo nombre de origen aymará, lugar de peregrinación. Tiene fama de ser el lugar sagrado de mayor energía de América del Sur. Algo muy particular se siente, en especial en el camarín de la Virgen, donde el estado de oración fue espontáneo y profundo. El corazón recorrió los nombres de todos, familia, amigos, conocidos. Mi gente estaba allí conmigo frente a la Madre implorando su protección. Un lugar al que volver.
El catamarán nos esperaba para llevarnos a la Isla del Sol. Inmensidad de la Naturaleza expuesta con placidez en mar y cielo azul, entre montañas.

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