Machu Pichu. Día dos.
El Inti Punku (Puerta del Sol) es la llegada del Camino del Inca a Machu Pichu. Un punto alto que también oficiaba como puesto de vigilancia. Se comunicaban con espejos o con el sonido de caracolas hacia el Puesto del Guardián. Desde allí se observa la ciudadela completa extendida como una joya que cuelga de las montañas formando un arco hacia la salida del sol.
Subiendo hacia ese punto nos detenemos en una piedra natural, llena de ofrendas, pequeñas piedras, hojas de coca. Templo a cielo abierto de la Pachamama, en forma de ascensión, las vetas marcan la aspiración de la materia y el descenso de lo cósmico.
La subida cansa el cuerpo físico pero la vista lo justifica todo.
De regreso nos detuvimos a meditar.
Allí estaban tallados en piedra niveles y asientos como puntos especiales. Cada uno tomó un aspecto propio que quisiera desarrollar. Yo elegí la creatividad en la comunicación. Al hacerlo algo físico pasó, como una descarga, y al sentarme a esperar mi turno, me quedé dormida. Luego me apoyé un uno de los asientos, muy relajada, sintiendo instalarse sensaciones totalmente nuevas. Pasaron por mi mente dos posibilidades para expresar lo pedido. Azules infinitos en onda oceánica.
El descenso fue extenuante. Cada paso un cálculo. Cada apoyo elegido, las piernas pesadas, la cabeza vacía, la mochila un peso insoportable. El esfuerzo de seguir y seguir sin avisorar la llegada. Callada, me fui quedando sola y ese proceso de interiorización fue centrándome en un punto por debajo del ombligo. Era como descubrir que el propio centro es contacto directo con todo centro. Cada movimiento en uno repercute en todo. No son ecos, son identidades o, tal vez, identidad. Sólo no responde lo que está fuera de sí. La vibración del centro es en todo centro, al unísono, hecha percepción.
El grupo se reunió para el almuerzo. Descanso y risas, compartiendo vivencias.
Por la tarde volvimos a la piedra sagrada para completar el trabajo de la mañana. Enfrentada a ella una energía muy potente parecía abrir mi garganta hacia los hombros en forma de arco iris. Experimenté la pertenencia a Algo que antecede lo personal, que trasciende el tiempo o la modalidad. Ese conocimiento implicaba una responsabilidad y una habilitación. Para crear, para desarrollar, para hacer. Una tarea comenzaba y una prueba también. Algo cambió y esto involucraba hasta lo físico. La aceptación debía ser también física. Puse mi rodilla en tierra en el gesto ancestral de obediencia y victoria.

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