viernes, 16 de diciembre de 2011

Yoga. Filosofía corporal II

Yoga II
Filosofía corporal.

Las experiencias personales son las claves del contenido de una clase de Yoga. Todo allí tiene un significado disponible para el investigador de su propia conciencia que muestra  las respuestas personales y las formas de modificación.

Desde el comienzo cuando uno se ubica en su lugar, cómo se elige, si se está dispuesto a modificarlo, la relación con el otro. La forma en que se vive ese lugar físico tiene claves para saber cómo se habita el espacio propio, con qué calidad se sabe uno dueño de él y la posibilidad de intercambio.
La primera relajación propone el reconocimiento del estado actual en el que uno se encuentra. Cómo está el cuerpo, la emoción y la mente. Reconocimiento que puede dar paso a la aceptación, ese estado neutro que mira sin juzgar y que puede generar el verdadero cambio. Cuando se deja de resistir la energía  involucrada en esa resistencia se libera y queda disponible, lo cual da paso a la acción.

Cada asana es en sí misma una forma energéticamente perfecta vivida en un tiempo feliz. Dice el Hatha Yoga Pradipika, el más antiguo texto de Yoga conocido. Aquí aparecen varios elementos a analizar: la forma, el tiempo, la relación entre ambos. Al colocar un asana es fundamental saber hacia dónde se va, cuál es la intención. Se busca un estado no una proeza. No es importante, por lo menos en la concepción personal, la perfección física para la foto, donde siempre hay tensión y sí el paso a un estado de comprensión, de liberación. Todo lo posible está allí. El tiempo mental es brusco, guiado, carece de armonía. Dejar que el cuerpo pase del Cronos al Kairos es deslizarse a los grandes ritmos de la vida donde lo personal se ensambla con lo grupal, es encontrar la medida propia en el ahora. Este “tempo” lleva a la fluidez, a que una forma devenga en otra sin cortes, lo que genera la comprensión físico-mental de la transformación, esa dinámica sutil que se establece en el cuerpo y va hacia la vida. También nos pone en contacto con los procesos en los que uno reconoce la posibilidad y la dificultad en sus tres variables: hacer, sostener, deshacer.

El cuerpo no miente, es testarudo, a veces torpe, pero totalmente sincero.
“No se trata de ir de posturas simples a posturas más complejas, sino de pasar de estado en estado. En una clase, lo más importante para mi es ver el cambio en la expresión de las caras y las manos palpando el espacio.” Susana Balech.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Yoga I

Yoga. Filosofía corporal.
Aprendí Yoga con maestras excepcionales. Comencé la práctica con Graciela Ottavis. En sus clases mis corazas corporales comenzaron a disolverse en el marco de su calidez y creatividad. Allí surgió la fascinación por esta actividad que involucra todos los planos del ser cuando es encarada con el conocimiento y la apertura necesarios para un trabajo profundo y productivo.
La Asociación de Amigos de la Cultura Yoga estaba presidida por Susana Balech, una Maestra, que nucleó a su alrededor un conjunto de personas altamente calificadas pero con la sensibilidad y el interés por la investigación y el crecimiento de cada uno de los que tuvimos el privilegio de ser sus alumnos.
Voy a contar lo que viví, lo que aprendí allí de mi misma, esa filosofía enraizada en el cuerpo que se hace vivencia porque sólo así se puede conocer. Y cómo eso se volcó en mi vida, cambiándola.
Susana siempre insistió en una aproximación a la práctica desde un lugar de no esfuerzo. La medida, siempre fue su lema. La medida del día de hoy, que no involucra un límite si no una aceptación, punto de partida para el verdadero cambio. La limitación que trabaja sobre si para volverla motor, palanca abordada con suavidad, preguntándole al cuerpo, tomando conciencia de él, respetándolo para que entregue sus secretos con delicadeza.
Espontáneamente, en una de sus clases, bajando de un sarvángasana ( la vela o paro de hombros), al pasar por el apoyo lumbar, estalló en mi conciencia el trauma que había originado mi lordosis. El recuerdo completo estaba allí guardado. Imágenes, sonidos, olores, cada detalle había quedado fijado en las células con nitidez absoluta. El vestido de mi madre, la sensación de ahogo en el agua, el olor del cloro de la pileta, el movimiento por salir, todo estaba tan presente como en el día que sucedió con mis cuatro años. Y el trauma empezó a disolverse, física y emocionalmente. La vivencia grabada en la memoria del cuerpo detonó la comprensión del punto y abrió la puerta para la investigación de cuánto más había escondido a la conciencia allí.
Un mundo nuevo pero, en realidad, tan viejo como la historia de la materia.
(Sarvangásana: postura o asana de Yoga)

El regreso.

Ya de regreso, el viaje continúa. Lo cotidiano resulta extraño. Todo está igual y, sin embargo, tan diferente.
Estructuras mentales que desaparecieron, valores que se modificaron, prioridades que ya no lo son. Han cambiado los ojos que miran.
La exigencia, empezando por la propia, se disolvió. Lo mismo sucede con la competitividad. Grandes motores de la acción, como lo fueron, dejan un vacío que sorprende y hasta asusta.
El esfuerzo se volvió, ante la nueva comprensión, una forma de violencia.
La receptividad es ahora dinámica de espera y respuesta. La sinceridad, aguda y despierta, coloca su foco en otros trazos, abriendo las puertas de lo creativo.
El trasfondo, esos contenidos que abarcan lo biológico, lo tradicional, lo cultural; esquemas y prejuicios, se hacen evidentes en un plano de aceptación tal que las demarcaciones caen en el vacío de lo fútil.
¿Cómo se vive en un mundo que se ve desconocido, que se siente extraño hasta poco importante? ¿Quién volvió? ¿Qué pasó con la identidad penosamente construída a lo largo de los años? Lo viejo ya no está y lo nuevo todavía no aparece.
Las huellas de la propia violencia dejaron un gran cansancio donde las células exudan memorias muy antiguas, tristezas olvidadas, anhelos reprimidos. Está la memoria del dolor pero no hay sufrimiento.
Los sueños, vívidos, forman parte de la vigilia en continuidad de significados. Hay un morir que trae alivio y un vivir vibrante.
Observo pasar los acontecimientos externos e internos de una manera distante.
En cambio los vínculos adquieren una intensidad desconocida. Es una profundidad de encuentro entrañable donde los sonidos aislados se vuelven melodía.
La paradoja es que al no eludir la tensión del cambio, asoma la libertad.

Tiahuanaco.

Tiahuanaco.

 
El último día del viaje había llegado. En micro partimos hacia Tiahuanaco.
Los cambios energéticos y el cúmulo de experiencias habían provocado un extremo cansancio. La nostalgia de lo propio y el deseo de volver se hacían acusiantes.
Al bajar, la percepción me golpeó.
El altiplano exalta la propia pequeñez. Es una nada susurrante de potencia. Aridez desnuda de la cual emergen piedras que entonan la melodía ancestral del hombre en busca de lo cósmico. Geometría alineada a las estrellas contando la historia milenaria de la evolución. Canción del tiempo.
Luego de una breve visita al museo me separé del grupo y me perdí. Llegué tarde al siguiente lugar: la reconstrucción de un templo semi subterráneo que alberga la “Estela Bennet”. Monolito de piedra de gran tamaño.
Me sentí invadida de infinito. Como una antena que ancla lo cósmico, su presencia irradia. Es la Divina Madre, la Shakti, el Motor de los Mundos. En acción.
Las células de mi cuerpo, una por una, estallaban como soles y arrasaban los esquemas de una vida apoyada en el esfuerzo y el sufrimiento. La mano izquierda era un cuenco por donde entraba la fuerza. La derecha se activó en poder. La invasión de lo Real, para hacer. La acción es su consecuencia inmediata. Una acción que conlleva la magia de la ofrenda y la realización. Necesité un ritual personal girando a su alrededor tres veces.
La Gran Matriz tiene en su mano izquierda la antorcha del fuego eterno y en la derecha, que se abre al futuro, la criatura de la Nueva Raza. Un ícono que llama a la vocación, la vuelve motor de la misión.
El estado se sostuvo mientras iba con el grupo hacia el Akapana, la pirámide escalonada. Enlazados, el círculo humano se convirtió en el ojo de la chakana. Surgió la Hermandad Universal, la de la diversidad absoluta, vórtice de espacio-tiempo donde los opuestos y los complementarios arraigan el Movimiento del Uno, en un tiempo vertical.
El viento sin fronteras nos envolvía con sus alas susurrantes. Como en trance, nos dirigimos hacia el templete de la Pachamama.
La fuerza de la aspiración en descenso me decía que ese era el último paso. Allí debía arraigar lo recibido. Pero antes debía pasar por la Puerta del Sol. Pedí permiso para separarme del grupo y lo obtuve. Hice mi propio recorrido que culminó frente a los tres pilares que se alinean al Cinturón de Orión. Desde siempre las galaxias acompañan el proceso interno de elevación de la Materia a su verdadero destino, la glorificación del Todo. Origen y futuro aunados en su punto Omega.
Muy mareada, difusa, expandida, salí del lugar.
Empezaba a volver.

Saludo al Sol.

Saludo al Sol.
Nos levantamos de noche para celebrar la salida del sol. Envueltos en mantas nos reunimos en una terraza. El silencio rodeaba la tierra y el espejo de agua empezaba a destellar en brillos dorados.
Un resplandor comenzaba a insinuarse mientras el viento entonaba su canción de bienvenida y nuestras voces se le unieron repitiendo el mantra de purificación, el Gayatri. El eterno retorno de la fuerza.
Luego el guía aymará nos invitó a saludar gozosamente al amanecer con el ritual de su pueblo, el JA LLA LLA.
Con el corazón abierto y tibio y el sol iluminando a pleno fuimos a desayunar.
A media mañana caminamos a la fuente de las tres vertientes para purificar el campo mental, secuencia de la emocional realizada en la cascada de la selva. Con las dos manos tomamos el agua increíblemente pura y fresca para hacer las abluciones en frente y cabeza. Muchas estructuras mentales parecieron disolverse.
Una caminata nos hizo recorrer la isla y un pequeño y delicioso museo. En uno de sus cuartos había objetos de magia ritual. Uno me llamó la atención “Viento sin fronteras”.
Seguimos subiendo por un sendero angosto hacia una plataforma sobre el lago donde nos esperaba el chamán. Calmo y austero.
Encendió un fuego. A su costado depositamos una ofrenda (una calcita) entregando los miedos y las limitaciones para su transformación. Quemó azúcar e incienso recitando en su lengua nativa. Una energía plácida se desprendía de él. Tuvo un mensaje personal para cada integrante del grupo. A mí m e habló de disfrutar la vida.
Descendimos hacia el lago. Descalza, me introduje en sus aguas transparentes. Las piedras del fondo veteadas de colores lucían irreales, sorprendentes. Recogí algunas para traer a Buenos Aires.
Una gran balsa de totoras con cabeza de puma nos esperaba para hacer un recorrido. Como niños disfrutamos la aventura, entre risas.
Luego el katamarán nos llevó hacia La Paz.
La mezcla de experiencias me llenó de placidez. El corazón, como síntesis perfecta de cielo y agua, latía acompasadamente.

Isla del Sol.

Isla del Sol.


Al acercarnos fuimos penetrando una atmósfera especial, mezcla de aislamiento y concentración, que volvía intenso el aire.
Habíamos atravesado las aguas, dejando atrás lo conocido para encontrar la joya verde emergiendo del azul líquido del lago. Construcciones dejadas como presentes de pasados perdidos salpicaban la vegetación que sube, siempre sube.
Un templo pequeño, cerca de la orilla, las Ventanas. Hueco que se abre a otras realidades por donde pasa un aspecto de la mente que busca volverse intuición. El triángulo dorado carmesí selló el centro de la frente con el fuego ritual que buscaba el consentimiento, la entrega de la voluntad.


Volvimos a subir hacia otro templete llamado “El Descanso del Colibrí”. Entramos en pequeños grupos de a cinco personas. Una en el centro y las otras alrededor, tocándola en el corazón y los hombros. El guía tenía un mensaje para cada una. Conmigo él habló de las siete virtudes de las escuelas descendiendo, del llamado a disfrutar de la dulzura del Universo. Mensaje de plenitud amorosa. El corazón y los hombros, aún tensos, recibieron el arco de bendiciones que descendía. La cúspide de la cabeza, el centro de la frente y el corazón se encendieron en expansión iluminada. En la matriz de piedra surgió la Hermandad de género, tibia, rica en vacío pleno, gestante.
Salimos y comenzamos a subir hacia otro punto. El guía local dijo que en aymará o en quechua no hay palabra que designe “amigo”, solo la hay para “hermano”. Fue una confirmación. En el cielo tres pájaros en triángulo volando un solo vuelo.

Camino al Titicaca.

Camino al Titicaca.


Desde Cuzco el micro nos llevó a Puno, a orillas del lago Titicaca.
El viaje, de varias horas, fue un descanso que permitía procesar e instalar las vivencias cosechadas en Machu Picchu. El paréntesis era bienvenido por el cuerpo y la mente.
A gran altura, bordeando cumbres nevadas y pequeños pueblitos plenos de color, bajo un cielo diáfano iba acunando la modorra de dejarme llevar todavía más lejos.
Al anochecer llegamos a la orilla del lago que sorprende por su quietud azul. A la mañana siguiente, antes de embarcar rumbo a la Isla del Sol, pasamos por Nuestra Señora de la Candelaria, en Copacabana, antiguo nombre de origen aymará, lugar de peregrinación. Tiene fama de ser el lugar sagrado de mayor energía de América del Sur. Algo muy particular se siente, en especial en el camarín de la Virgen, donde el estado de oración fue espontáneo y profundo. El corazón recorrió los nombres de todos, familia, amigos, conocidos. Mi gente estaba allí conmigo frente a la Madre implorando su protección. Un lugar al que volver.
El catamarán nos esperaba para llevarnos a la Isla del Sol. Inmensidad de la Naturaleza expuesta con placidez en mar y cielo azul, entre montañas.

La cascada.

Aguas Calientes. Paseo a la cascada.
Día 4. La cascada.


El grupo decidió no subir a la ciudadela y hacer la caminata de 6 km. a una cascada en la selva.
Mochila al hombro, sin camino casi, a la vera de las vías del tren, la charla fluía. Los ojos enamorados de verde, los oídos plenos de silencio donde, a veces, estallaba el canto de un pájaro o el rumor del agua torrentosa. Líquenes, helechos, hortensias.
En lo espeso de la selva la cascada, sonora y plateada, invitó a la depuración emocional.
A la vuelta juntamos el equipaje. El tren nos alejó físicamente de Machu Picchu sin impedir la acción de la experiencia viva en cada uno.

Machu Picchu. Día tres.

Machu Picchu. Día tres.


Amaneció lluvioso. Al llegar a la ciudadela la niebla vestía de magia cada rincón. Las cumbres se mostraban por momentos y volvían a hundirse en el misterio creando la atmósfera irreal de lo onírico. Machu Picchu inspira, sorprende, exige desarmar los obstáculos que impiden ser quien uno es. Arrasa para habilitar la verdad. Desnuda para integrar.
Fuimos a recorrer lo que nos faltaba. Llovía. Cubierta con la capa impermeable que me había dado Sebastián y calzada con los borcegos regalados por Juan, me sentía abrazada por mis hijos, llevándolos a recorrer el misterio. En verdad allí cobra sentido la palabra santuario.
En una oquedad frente al Putukusi encontré un asiento de meditación tallado en la roca. Frente a la montaña “cabeza feliz” y en contacto con lo intraterreno dejé caer el cristal que había llevado con los votos familiares, con una oración de ofrenda. El otro cristal, el colectivo, lo enterré cerca del templo de Cóndor.
Todo el grupo se movió hacia las construcciones que llaman la universidad”. Allí, tallados, nuevamente los tres niveles. Mi elección fue el primero. Buscando la inspiración del Inti Huatana, lejos en lo alto, hacia el ahora, pidiendo se concreten los talentos y las fuerzas para llevar a cabo la tarea. Cada uno eligió uno de los siete sitios posibles como propio. Me dirigí hacia la habitación de los dos morteros, guiada por una fuerte sensación. Parada en la puerta principal y enfrentando la ventana central que mostraba el Putukusi. El pecho parecía estallar, el corazón envolvió con su latido toda realidad. Se oía en todo el cuerpo. Integración de lo femenino y masculino en un vórtice que descendió hasta las células.
Un pájaro entró por la ventana, tomó agua en los dos morteros y partió en vuelo. Bendecida.

Machu Pichu. Día dos.

Machu Pichu. Día dos.


El Inti Punku (Puerta del Sol) es la llegada del Camino del Inca a Machu Pichu. Un punto alto que también oficiaba como puesto de vigilancia. Se comunicaban con espejos o con el sonido de caracolas hacia el Puesto del Guardián. Desde allí se observa la ciudadela completa extendida como una joya que cuelga de las montañas formando un arco hacia la salida del sol.
Subiendo hacia ese punto nos detenemos en una piedra natural, llena de ofrendas, pequeñas piedras, hojas de coca. Templo a cielo abierto de la Pachamama, en forma de ascensión, las vetas marcan la aspiración de la materia y el descenso de lo cósmico.
La subida cansa el cuerpo físico pero la vista lo justifica todo.
De regreso nos detuvimos a meditar.
Allí estaban tallados en piedra niveles y asientos como puntos especiales. Cada uno tomó un aspecto propio que quisiera desarrollar. Yo elegí la creatividad en la comunicación. Al hacerlo algo físico pasó, como una descarga, y al sentarme a esperar mi turno, me quedé dormida. Luego me apoyé un uno de los asientos, muy relajada, sintiendo instalarse sensaciones totalmente nuevas. Pasaron por mi mente dos posibilidades para expresar lo pedido. Azules infinitos en onda oceánica.
El descenso fue extenuante. Cada paso un cálculo. Cada apoyo elegido, las piernas pesadas, la cabeza vacía, la mochila un peso insoportable. El esfuerzo de seguir y seguir sin avisorar la llegada. Callada, me fui quedando sola y ese proceso de interiorización fue centrándome en un punto por debajo del ombligo. Era como descubrir que el propio centro es contacto directo con todo centro. Cada movimiento en uno repercute en todo. No son ecos, son identidades o, tal vez, identidad. Sólo no responde lo que está fuera de sí. La vibración del centro es en todo centro, al unísono, hecha percepción.
El grupo se reunió para el almuerzo. Descanso y risas, compartiendo vivencias.
Por la tarde volvimos a la piedra sagrada para completar el trabajo de la mañana. Enfrentada a ella una energía muy potente parecía abrir mi garganta hacia los hombros en forma de arco iris. Experimenté la pertenencia a Algo que antecede lo personal, que trasciende el tiempo o la modalidad. Ese conocimiento implicaba una responsabilidad y una habilitación. Para crear, para desarrollar, para hacer. Una tarea comenzaba y una prueba también. Algo cambió y esto involucraba hasta lo físico. La aceptación debía ser también física. Puse mi rodilla en tierra en el gesto ancestral de obediencia y victoria.

Machu Pichu

Machu Pichu
El viaje en tren, el paisaje escondido por la noche. Llegamos a Aguas Calientes, un pueblito
simpático dividido por un rio de aguas torrentosas.
A la mañana siguiente partimos, por fin, hacia Machu Pichu. El nombre quiere decir montaña vieja, el otro pico, el Huaina Pichu o montaña joven. En el centro el Putukusi o cabeza feliz.
El idioma de la naturaleza es, cada vez más claro. Habla el murmullo del rio, el sol que brilla en cada hoja. Responde el pájaro que baila sobre símbolos la danza de la confianza, la montaña que se esconde y se revela vestida de arco iris.
Es el primer día. Por fin llegamos al encuentro esperado con la magia del canto de piedra hecho de pasado y de presente. Desde los nombres de las montañas hasta el vértigo de los precipicios el tiempo se ausenta de tiempo. Queda la atemporal sensación de lo intuido haciendo presencia.
Frente a la piedra sagrada el mensaje en tres niveles, salud física para la transformación de la materia, equilibrio emocional con forma de triángulo rojo resplandeciente y la mente recibe la claridad, para despejar el inconveniente derramando expansión. Un proceso comienza en ese instante. Un auspicio y una realidad.


La recorrida sigue por los ámbitos cada vez más vibrantes. Se siente como, de a poco, la naturaleza, integrada con la construcción hasta fundirse, expresa el acuerdo hecho símbolo.
En la “habitación de la Princesa” el grupo se reúne en meditación bajo la lluvia. Cada uno recibe su mensaje. Dos puentes se abren en el pecho, desde el corazón hacia los hombros. Ellos son extensiones del oído interno que amplifican su resonancia. La vibración del corazón cambia y empieza a expandirse recibiendo la guía de dos presencias en auspicio. Al salir un arco iris doble une el Putukusi con el Inti Punku, destino del día siguiente. Buen augurio.
Segundo día. El Inti Punku (Puerta del Sol) es la llegada del Camino del Inca a Machu Pichu. Un punto alto que también oficiaba como puesto de vigilancia. Se comunicaban con espejos o con el sonido de los caracoles hacia el Puesto del Guardián o el Huaina Pichu. Desde allí se observa la ciudadela completa extendida como una joya que cuelga de las montañas formando un arco hacia la salida del sol. Subiendo hacia ese punto nos detenemos en una piedra natural, llena de ofrendas, pequeñas piedras, hojas de coca. Templo a cielo abierto de la Pachamama, en forma de ascensión las vetas marcan la aspiración de la materia y el descenso de lo cósmico. Los cristales llevados se cargan allí.

Pisac. El Valle Sagrado de los Incas


Pisac. Valle Sagrado de los incas.
Comenzando el nuevo día partimos hacia Pisac, a través del Valle Sagrado de los Incas.
El esplendor de la naturaleza estalla en gamas de verdes, sonidos de río, paisajes escalonados, que van adentrándose en uno , abriendo un diálogo íntimo. Todo habla, todo responde.
Sembradíos, gentes serenas y alegres, el sol estallando en el brillo de las piedras y las ruinas con su testimonio, convocante, desde la altura.
El camino al Inti Huatana (Inti, sol. Huatana , amarrar) pasando por construcciones centenarias, se desvía hacia el lugar de destino desconocido y, a veces, en cada vuelta, irreal.
Difícil, empinado, irregular, bordeando precipicios escarpados. El físico puesto a prueba por el cansancio y la dificultad; el ánimo inquieto, abandonado por la seguridad. Se anhela el fin pero no se alcanza a avisorar.
El mantra se hace compañero fiel. Le da ritmo a la escalada, atención al estado, creando la atmósfera de vacio habilitante.
OM NAMO BHAGAVATE
Esta tarea de recorrer accidentes, riesgos, miedos, dificultades evoca el camino del alma en busca de si misma y del encuentro con Aquello que ansía como verdad y completud. Se busca lo que se anhela, sin saber ni donde está, ni como llegar, ni cuando. La tenaz necesidad de lo Otro.
El último tramo muy difícil y escarpado aporta una cuota extra de adrenalina. De golpe, en un giro que parece otro de una larga serie de esfuerzos aparece la huaca. Colgada sobre el valle, una serie de construcciones simples y mágicas a la vez.
Una central y diferente atrae mi atención de manera instantánea. Ese es mi lugar. El guía indica que cada uno elija pero yo ya lo había hecho y me urge descansar allí. Su mensaje: la creatividad.
Ese lugar es mucho más antiguo que el resto, su construcción es diferente. Pero está como rodeado, abrazado. El inca asimilaba a los pueblos conquistados y construía alrededor, absorbiendo, incorporando. A la izquierda una enorme piedra envuelta por paredes de perfecta simetría ofrece la energía de la alquimia.
El ámbito me había elegido y, al ubicarme en él, impregnada por él, mirando hacia la puerta, siento ese útero de piedra estallar una vibración tan intensa que es difícil de sostener. La entrega y la expansión son las claves para la meditación. Conocimiento ancestral que recorre las vidas, desde la noche de los tiempos hacia futuros sin fin, el compromiso con la Tierra, la Energía femenina, la Madre, había sido siempre la veta sagrada y es el cometido que unifica el transcurrir.
Cohesión y sentido. La plenitud de la Alegría es el camino. La creatividad para la evolución, la brújula. Una gran paz, todo suspendido, hasta la respiración. Solo Algo que ondula, como alas,
en una vibración profundamente amorosa. Integrar los valores de unidad, hermandad, en lenguaje
en visión renovada en imágenes actuales de evolución, respeto y ascensión. Hacia la nueva Tierra.
El camino de regreso, al comienzo, es terrible. El corazón parece romper el pecho, el aire falta en los pulmones y un fuerte mareo vuelve vacilante el andar.
El viaje del alma continua, esta vez de regreso al mundo, y es difícil, muy difícil y sin embargo tan simple.

Sachsayguamán


Sachsayhuamán. Los tres niveles.
Paisaje ciclópeo. Enormes rocas de muchos ángulos que sostienen el peso de las centurias, dando testimonio de recursos desconocidos.
Forman tres terrazas o niveles asociados simbólicamente a tres animales.
El primero, la serpiente, se relaciona con el mundo subterráneo, lo inconciente, , la muerte, lo intraterreno. Su conquista abre a la sabiduría.


El segundo, el puma, es el mundo de la forma, la vida que conocemos con sus luchas, competencias, estrategias de supervivencia. El solitario que busca su dominio y lo sostiene.
El tercer nivel, el cóndor. El rey de las alturas, el Espíritu. El hombre que se eleva sobre su propia condición en busca de la cumbre anhelada. Su visión es total y abarcante.
La triple defensa rodea el templo del Sol, cuyas ruinas todavía conmueven por su contenido y magnitud.
En lo personal, esos niveles me hablaron de la integración de los aspectos de la mente. Inconciente, Conciencia de vigilia y Supraconciente. Integración total es la clave de la experiencia.
Toda la civilización inca habla, aún hoy, de este concepto, aplicándolo a pueblos, cultos, costumbres. Como sus piedras perfectamente amalgamadas que son, al mismo tiempo, templo, fortaleza, sede de gobierno, de donde nace la dirigencia correcta. Mirando al Sol como Dios dador con el ritmo de la Pachamama, Diosa generadora.
Subir peldaño a peldaño , buscando la iluminación. En el silencio interior la integración comenzó a traspasar planos, mental, emocional para instalarse en el ADN. La célula recibía gozosa en encuentro con las demás en vibración de unidad. En sanación convoqué esta fuerza hacia los seres queridos, la familia y el grupo de trabajo.
El guía susurró en el oído “Que el silencio interior te acompañe, que la Maestria sea en tu vida”.


Y la ascensión comenzó. Escalones que llevaron a la comprensión, la facilidad, la serenidad y la aspiración. La gran serpiente entregó el umbral y en la explanada esperaba el sol.
En el segundo tramo el silencio era sólido. Escalón por escalón, en el marco de la piedra milenaria estalló la Alegria. Generar para dar. Sin pensamiento, por contacto. La Vida entregando su gozo.
Para recorrer el tercer tramo había dos caminos. Elegí el directo. Solo escuchaba el sonido de mi propio corazón. Las manos de llenaron de conciencia. Se volvieron una forma de conocimiento y acción.
Al llegar arranqué una flor amarilla. El sol florecido en la piedra será mi compañía en el descenso.
Lo hice por el otro camino para integrar lo externo y lo interno, lo femenino y lo masculino, arriba y abajo.
A lo lejos, bajo un cielo despejado, dos alpacas, una blanca y una negra dibujando la danza de la vida.