La oruga, pequeña y tranquila, vivía en su rama comiendo las hojas tiernas y verdes recién brotadas de la primavera.
Su vida transcurría entre el paseo al extremo del tronco, su conversación con las hormigas vecinas, esforzadas trabajadoras que no tenían mucho tiempo que perder, y el cuidado para evitar ser comida por los pájaros que visitaban el follaje de su árbol. Para esto su color la ayudaba, su verde se mezclaba con los verdes de las hojas.
Pero algo de los pájaros fue ganando su atención más y más. Los veía volar y esa fascinación por el dominio del espacio la llevaba a arriesgarse, a veces demasiado.
Fue en uno de esos paseos que algo empezó a pasarle. Una inquietud, cierto desasosiego que fue creciendo hasta convertirse en una urgencia. Pero..¿de qué?
Los brotes verdes del árbol perdieron su sabor. La rama se volvió pequeña y previsible. Las hormigas contaban siempre la misma historia. Las horas se llenaron de vacío. Su mundo, antes paradisíaco, ahora era insoportable.
Qué estaba pasándole? Qué era esa necesidad que, nacida de su interior, la embargaba siempre un poco más, hacia dónde?
Sólo hallaba calma contemplando el espacio alrededor de su rama, en silencio. Hasta llegó a sentir el deseo de volar.. Su cuerpo, llevado por todas sus patas, iba y venía por la rama mientras el afán crecía en su pecho.
Habló con sus amigas, las hormigas, sobre su necesidad y ellas la miraron horrorizadas.
¿Qué locura era aquella? ¿Dónde se ha visto que una oruga piense tamaño desatino? Hasta llegó un punto en que la incomprensión se volvió hostilidad. No se cuestiona lo habitual sin un costo.
Y un día se decidió. Iba a escuchar su llamado profundo, iba a tomar el riesgo, la aventura de la transformación. Sólo en su interior podría encontrar la fuerza y el modo.
La idea del capullo comenzó a tomar forma en ella. Pero los capullos cuelgan de una rama hacia el vacío. Era abandonar toda seguridad. Era colgarse de cabeza, solo sostenida de un extremo de sus últimas patas para comenzar a tejerlo. Su mundo puesto al revés, sus ojos mirando el cielo, su corazón palpitando de miedo por lo imposible de su tarea.
Pero su deseo era irrenunciable y se volvió coraje.
Y allá fue, descolgándose hacia la nada, tejiendo su propia piel para encerrarse en ella.
Esa piel cubría lo que todavía no sabe para llevarla hacia la realización de su destino. Podría volar algún día?
Tal vez...
Pero esa es otra historia. Hoy sólo queremos hablar del coraje de la oruga.

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