Una de las ventajas de trabajar con personas es que se aprende a escuchar. Allí las palabras quedan resonando en un espacio que abre la comprensión.
En ese estado de atención donde el lenguaje toma su real significado surgen, como perlas, aquellas connotaciones que la prisa a veces oculta de la percepción.
Allí empieza a aparecer el tesoro de la sabiduría que está resonando en el vocablo, entregando mensajes diferentes, a veces más profundos, de lo que se entiende por habitual.
Por ejemplo la palabra responsabilidad, comunmente asociada a carga, peso, agobio, a respuesta automática, a deber. Si se la desglosa en responder y habilidad entrega una enorme gama de posibilidades.
Sí, es un llamado del afuera que se asume como personal, pero para su resolución...hay una sola manera?
¿Qué sucede si se pone en juego la habilidad que alude a las posibilidades de resolver de manera creativa, de ubicarse en otras perspectivas que no impliquen costos personales, sí, en cambio, deseos, intención, formas diferentes de asumir la circunstancia?
La palabra recreo, implica el espacio abierto entre acciones de cualquier tipo para re-crear, o sea re-definir el cómo, el cuándo, el por qué o el para qué. Volver a crear es partir de la nada gestante a una forma de realización nueva pero dinámica, que abra su propio camino a lo diferente.
Sabiduría encerrada en cada palabra, producto de muchas comprensiones que nos precedieron dejando su impronta abierta al que escucha y sabe detenerse en esa acción, que parece pasiva peo no lo es.
Sabemos escuchar, escuchar-nos? Tenemos tiempo para hacerlo, ese tiempo interno que abre puertas a lo que no es obvio pero está vibrando atrás??
viernes, 16 de noviembre de 2012
lunes, 5 de noviembre de 2012
Las distintas vibraciones de los cuerpos, mental, emocional y físico.
Cada ser humano es un exquisito sistema compuesto por cuerpos de distinta densidad y vibración.
El más obvio es el cuerpo físico, de materia sólida. El emocional lo interpenetra pero es de una sustancia más sutil. . Es allí donde ocurren nuestras emociones, cada una con su diferente expresión vibratoria. Desde la vergüenza, la más baja e inhabilitante, el enojo que por lo menos no paraliza, hasta las más sublimes como la ternura y el afecto.
Más sutil aún, el cuerpo mental que involucra a los dos anteriores. Allí se estructuran los pensamientos, desde los más básicos sobre cómo resolver algo de lo cotidiano hasta los más elaborados como conceptos y síntesis. La imaginación o las ideas corresponden a un nivel de la mente superior.
La interpenetración entre todos ellos es, por lo general, fluída y actúan uno sobre otro, en múltiples direcciones. A veces no resulta fácil distinguirlos, sobre todo entre lo mental y lo emocional. La observación es un instrumento óptimo para hacerlo. Por ejemplo cuando en la cabeza se desarrollan diálogos silenciosos e interminables pero están teñidos por la justificación, hay una emoción escondida que busca su camino de expresión, despojando a lo mental de su objetividad. Desentrañarlo trae claridad.
Se puede haber comprendido la razón de una ausencia o una pérdida. Pero se sigue extrañando lo perdido. Emocional. O se pueden llevar a cabo actos como si eso no hubiera sucedido. Allí queda el rastro físico de la situación anterior, su memoria física.
La mente tiene una velocidad mucho mayor que lo emocional y muchísimo mayor que lo físico.
Por ello, como ejemplo, la aceptación, es un proceso de tres tiempos y cada etapa debe ser trabajada en su nivel permitiendo que se desenvuelva en lapsos diferentes.
El aporte de la conciencia resulta, entonces, invalorable para jugar cada cosa en su propia vibración.
El resultado de ello será la claridad. Como en la paleta del pintor, cuando demasiados colores se mezclan, sólo se obtiene un gris sucio. En cambio con la pureza de cada color hay comprensión y resolución.
El más obvio es el cuerpo físico, de materia sólida. El emocional lo interpenetra pero es de una sustancia más sutil. . Es allí donde ocurren nuestras emociones, cada una con su diferente expresión vibratoria. Desde la vergüenza, la más baja e inhabilitante, el enojo que por lo menos no paraliza, hasta las más sublimes como la ternura y el afecto.
Más sutil aún, el cuerpo mental que involucra a los dos anteriores. Allí se estructuran los pensamientos, desde los más básicos sobre cómo resolver algo de lo cotidiano hasta los más elaborados como conceptos y síntesis. La imaginación o las ideas corresponden a un nivel de la mente superior.
La interpenetración entre todos ellos es, por lo general, fluída y actúan uno sobre otro, en múltiples direcciones. A veces no resulta fácil distinguirlos, sobre todo entre lo mental y lo emocional. La observación es un instrumento óptimo para hacerlo. Por ejemplo cuando en la cabeza se desarrollan diálogos silenciosos e interminables pero están teñidos por la justificación, hay una emoción escondida que busca su camino de expresión, despojando a lo mental de su objetividad. Desentrañarlo trae claridad.
Se puede haber comprendido la razón de una ausencia o una pérdida. Pero se sigue extrañando lo perdido. Emocional. O se pueden llevar a cabo actos como si eso no hubiera sucedido. Allí queda el rastro físico de la situación anterior, su memoria física.
La mente tiene una velocidad mucho mayor que lo emocional y muchísimo mayor que lo físico.
Por ello, como ejemplo, la aceptación, es un proceso de tres tiempos y cada etapa debe ser trabajada en su nivel permitiendo que se desenvuelva en lapsos diferentes.
El aporte de la conciencia resulta, entonces, invalorable para jugar cada cosa en su propia vibración.
El resultado de ello será la claridad. Como en la paleta del pintor, cuando demasiados colores se mezclan, sólo se obtiene un gris sucio. En cambio con la pureza de cada color hay comprensión y resolución.
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